Cuenta y cuentos
Guillermo del Toro dice que mientras haya historias que contar, todo se recupera. Yo creo que tiene razón. Verán ustedes, el domingo fui al supermercado. Han de saber que desde hace como dos años veté a Marcos de tal actividad. El hombre, previsor por naturaleza, elige cantidades como si se nos fuera a venir encima un inminente apocalipsis zombi, así que, en lugar de comprar, qué se yo, 6 pastas de dientes; acabamos con 22 pastas, 3 paquetes de 15 rollos de papel de baño cada uno y 12 kilos de frijoles, así que le cuenta se sube hasta el cielo. Por tanto, tomé la medida ejecutiva de ir a tal deber en solitario y gobernarme con el gasto. La verdad, la mayoría de las veces disfruto mucho comprar las cosas de la semana, aunque me entra la taquicardia al momento de pagar, porque un día eres joven y al otro te das cuenta de qué caras están las cosas.
Total, este domingo fui a comprar lo de la semana y a tomar mi dosis de “¡Diosanto! ¿en qué vamos a parar?” en un supermercado atiborrado de gente. Eso sí no lo disfruto tanto, porque me engento bien fácil. Estaba escogiendo acelgas cuando una mujer, acompañada por una chica joven, me comenzó a pedir disculpas y yo, de momento, no supe ni por qué. Resulta que su carrito estaba atravesado estorbando el paso del mío. La mujer, muy amable, me dijo que estaba tan metida en sus asuntos que no se dio cuenta de que había causado un pequeño colapso en las vías de circulación. Yo le dije que no se apurara, que no había ni siquiera tenido que moverme. Me sorprendió el gesto porque hace rato que no tenían un gesto de amabilidad proactiva conmigo. Se lo agradecí mucho.
Continué baboseando hasta que una voz infantil en la sección de abarrotes llamó mi atención. La niña estaba doliéndose de que el lunes volvería a la escuela, donde le esperaba un montón de trabajo y que, además, la cosa no pintaba padre en el salón. Entonces, la mamá le respondió que hoy era hoy, que en ese momento estaban comprando cosas ricas, que al rato tendrían no se que actividad divertida, que era importante, sí, planear, pero que era más importante saber disfrutar el día de hoy, tomar las cosas con calma, no acelerarse, porque, palabras más, palabras menos, luego una no vive nunca, ni disfruta nunca. Mañana habrá retos, hoy hay que tomar energía. Bueno, cuando acabó casi le aplaudo. Creo que es de las mejores enseñanzas que podemos transmitirles a las nuevas generaciones y, de paso a los que ya no estamos tan nuevos. Felicité a la mamá, quien, con toda calma, con lenguaje entendible y con mucha paciencia había hablado con su hijita con todas las palabras, sin menospreciarla por ser pequeña, sin pensar que sus problemas son menores; ayudándola a poner las cosas en perspectiva.
El resto, fue lo de siempre, indignarse por los precios, sufrir porque no hay de otra mas que comprar, pagar con dolor. Perdí dinero, pero gané dos historias breves, una de amabilidad proactiva e interesada en las personas alrededor; otra de resiliencia y disfrutar los pequeños momentos. Uno puede quedarse con la cuenta, o con los cuentos. Hoy elijo los cuentos.
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