Una cámara, una amenaza y una dura lección
En tiempos en que la opinión pública se configura tan rápido que ni cuenta nos damos, no sorprende que un grito lanzado desde las gradas de un estadio de beisbol en Estados Unidos haya generado consecuencias inmediatas, laborales y sociales. Este incidente entre Ricardo Fosado, aficionado latino de Los Ángeles Dodgers y Shannon Kobylarczyk, aficionada de los Milwaukee Brewers resultó ser algo más que una anécdota deportiva, es en realidad una clara radiografía del clima que se respira hoy en Estados Unidos y, por extensión, en nuestras propias sociedades, fuera de ese país. El mal ejemplo cunde
El video, ampliamente difundido en redes, muestra cómo Fosado, grabando con su celular tras una buena jugada de su equipo, se pregunta en voz alta por qué todos guardan silencio, dirigidos a un grupo de partidarios de los Cerveceros. Esto, que en realidad es un gesto típico de rivalidad deportiva muy normal en un estadio, provocó a. Kobylarczyk, quien desde su asiento responde con dos frases que hacen evidente su visión del mundo: "Los hombres de verdad beben cerveza" y "Llámale al ICE".
La amenaza no es menor. Invocar al Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés) en un espacio público, dirigida a un latino, es cargar invocar al desastre en una rivalidad que debía quedarse en lo deportivo; es usar el aparato de persecución migratoria como forma de humillar, es convertir al "otro" en extranjero, en indeseable, en alguien susceptible de ser deportado, aunque sea, como fue en este caso, ciudadano estadounidense y veterano de guerra.
La respuesta de Fosado fue clara: "Llama al ICE. Soy ciudadano. Veterano de dos guerras. No me pueden hacer nada". No levantó la voz, no agredió físicamente, como si lo hizo Karen Kobylarczyk que le dio un empujó con la mano. La escena terminó con ambos expulsados del estadio. Pero no fue el fin.
¡Sigue nuestro canal de WhatsApp para más noticias! Únete aquí
La empresa donde Kobylarczyk trabajaba, en cuanto la identificó, anunció su separación inmediata del cargo. Igualmente se vio obligada a renunciar a la junta directiva de Make-A-Wish Wisconsin, organización sin fines de lucro dedicada a cumplir deseos de niños con enfermedades críticas.
El episodio obliga a mirar más allá de lo evidente. Aquí no insultos raciales directos, pero sí una amenaza cargada de subtexto. Decir "llama al ICE" es insinuar que el otro es ilegal, ajeno, prescindible, que basta una llamada para borrarlo de ese lugar. Esto, lisa y llanamente, es una forma de violencia simbólica.
También es importante el contexto. Ocurre en un estadio, un espacio que debería representar convivencia, competencia sana, identidad compartida. Sin embargo, sabemos que los estadios son un termómetro de lo social. Lo que se grita ahí no siempre es espontáneo: muchas veces es el eco de lo que se tolera en casa, en el trabajo, en la política. Tan es así que en la legislación penal mexicana aparece tanto a nivel local como federal el delito de violencia en espectáculos públicos, con especial atención a estadios deportivos.
¿Esto es lejano y solo una anécdota en la vida de los protagonistas? No es así. ¿Cuántas veces se usan en redes expresiones como "deporten a ese extranjero (ponga la nacionalidad que guste el lector)", "no tiene pinta de mexicano"? El otro, cuando molesta, se vuelve sospechoso de no pertenecer.
También vale la pena mirar el papel de las empresas. ¿Debe un empleador sancionar a alguien por lo que dice en un estadio, fuera del horario laboral? La respuesta, hoy, parece ser un rotundo sí. Porque la imagen pública importa, los códigos de ética se aplican más allá del escritorio y porque el capital reputacional pesa tanto como el financiero.
En tiempos de redes, donde todo se graba, donde cada gesto puede viralizarse, uno pensaría que reinaría la prudencia. Nada que ver. En realidad hay una cultura que celebra la confrontación, la provocación y el denostar al otro, porque "no es de aquí".
@jchessal









