La Caída del Muro de Berlín: Un Hitórico 9 de Noviembre de 1989
Berlín se transformó en un símbolo de reunificación tras la caída del Muro en una noche llena de emoción y esperanza.

BERLIN, Alemania, noviembre 9 (ANSA/EL UNIVERSAL).- Alegría y golpes de pico, abrazos y mangueras contra incendios, barreras que se alzaban y ríos de oprimidos que corrían hacia la libertad, el impacto eufórico de la onda expansiva del tren de la Historia a su paso, silbando tan fuerte que es imposible no darse cuenta: la noche en que cayó el Muro de Berlín fue todo eso, y llamarla "histórica", es casi quedarse corto.
Era el 9 de noviembre de 1989. El símbolo del fin de la Cortina de Hierro, del mundo dividido en dos bloques atómicos, de la reunificación alemana, se había gestado y anunciado con las huidas veraniegas de alemanes del Este a través de Hungría y Checoslovaquia. Pero también, el 18 de octubre, con la dimisión del líder de la RDA (República Democrática Alemana), Erich Honecker, quien apenas en enero había pronosticado en vano otros "cien años del Muro".
Esa noche comenzó poco antes de las 19:00 con una rueda de prensa del portavoz del gobierno de la RDA, Gnter Schabowski, en la que Riccardo Ehrman, entonces corresponsal de ANSA en Berlín Oriental, formuló una pregunta que desencadenó el anuncio: se podía cruzar el Muro.
La retransmisión en directo, que mostraba a Ehrman sentado al pie de la gran mesa desde la que hablaba Schabowski, impulsó a decenas de miles de berlineses orientales hacia los pasos fronterizos entre las dos mitades de la ciudad. Los guardias, sorprendidos por tal afluencia masiva, exigieron instrucciones sobre cómo comportarse, pero aun así levantaron las barreras rojas y blancas, permitiendo el paso sin control: al fin y al cabo, la resistencia sin equipo antidisturbios era técnicamente imposible o sangrientamente inútil.
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Al principio, hubo conmoción e incredulidad ante la burla a los Vopos, los agentes de la Policía Popular que durante casi 30 años habían disparado a cualquiera que intentara cruzar el Muro y que fueron, en mayor o menor medida, responsables de la muerte de al menos 140 refugiados solo en Berlín.
Luego, durante toda la noche, no hubo más que celebración, ya que la afluencia de alemanes del Este fue recibida con los aplausos de muchos de sus conciudadanos del Oeste: gritaban "libertad!" y se abrazaban, incluso entre familiares obligados a vivir separados durante décadas.
Los jóvenes —muchos de los que cruzaron esa noche eran jóvenes— vieron lugares de los que solo habían oído hablar a sus mayores, como el elegante bulevar Ku'damm. Se descorcharon botellas, se encendieron antorchas, ondearon banderas alemanas y los primeros ejemplares de un tabloide ya anunciaban: "Berlín vuelve a ser Berlín".
Pero la iconografía grabada en nuestra memoria también está compuesta, quizá sobre todo, por los jóvenes que escalaban el Muro, ayudándose unos a otros a subir; por el pico que solo levanta polvo del granito, ahora atestado, de la cima de la barrera; por el trabajo de los martillos, grandes y pequeños, los primeros "Mauerspechte", los "picos del Muro".
Y luego, las potentes mangueras contra incendios frente a las que hubo resistencian de pie o, con sorna, agachados tras un paraguas, con la vaga conciencia de que son meros chorros, el débil último suspiro de un régimen en su agonía: en tres días, dos millones de personas cruzaron la frontera, marcando el fin de un mundo.
"El Muro era como una máquina del tiempo. Pasabas el Checkpoint Charlie y te sumergías en el pasado, en la década de 1950. Menos luces, ninguna señal, incluso el aire tenía un olor diferente, infestado de Trabants, los pequeños coches de plástico que eran símbolo de la industria en la RDA", escribió Roberto Giardina, periodista y escritor que vivió aquellos años.
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