logo pulso
PSL Logo

La Gran Tlatoani

Por Gabriel Rosillo

Octubre 09, 2025 03:00 a.m.

A

En la historia profunda de México, desde los días del esplendor mexica hasta el siglo XXI, persiste una constante cultural que define la relación del pueblo con el poder: la figura del Tlatoani, “el que tiene la palabra”. No se trata sólo de un gobernante, sino de un símbolo espiritual y moral, el rostro y el corazón del pueblo. Su función iba más allá de la administración: representaba la armonía cósmica, la justicia terrenal y la continuidad de la nación. Hoy, en la figura de la presidenta Claudia Sheinbaum, México parece reencontrarse con esa antigua necesidad de un poder central, protector y sabio, pero revestido de razón científica y modernidad, pero sobre todo, con un profundo sentir femenino.

El Huey Tlatoani del mundo mexica era más que un jefe de Estado: era mediador entre los dioses y los hombres. En su palabra residía el orden del cosmos, en su prudencia el equilibrio del mundo. Su autoridad provenía del mandato divino y de la educación en el calmécac, donde aprendía filosofía, astronomía, leyes y retórica. El pueblo no lo concebía como un gobernante elegido, sino como una figura casi sagrada, depositaria del tonalli, la energía vital del universo. Esta concepción dejó una huella profunda en el inconsciente político mexicano: la preferencia por líderes que concentran autoridad moral, palabra sabia y sentido de destino colectivo.

A lo largo de los siglos, la figura del Gran Tlatoani se ha transformado y adaptado. En el periodo colonial, en la independencia y en la república moderna, los mexicanos han buscado, una y otra vez, esa voz que ordena, que interpreta el caos y ofrece un horizonte común. El Tlatoani reaparece en la figura del caudillo, del presidente fuerte, del reformador paternal o, más recientemente, de la líder moral. Por eso, más que un vestigio del pasado, el Tlatoani es un arquetipo vivo que orienta nuestra manera de entender la autoridad y la legitimidad.

Cinco mujeres, en distintos momentos históricos y entre varias más, han encarnado aspectos de esa figura mítica en distintas dimensiones y escalas, anticipando la aparición de una Gran Tlatoani contemporánea. Una de ellas es Tz’akbu Ajaw, reina de Palenque en el siglo VII, quien asumió el poder para preservar el orden del reino hasta que su hijo Pakal pudo gobernar.

¡Sigue nuestro canal de WhatsApp para más noticias! Únete aquí

Siglos después, Ix K’abel, reina guerrera maya, llevó el ideal del Tlatoani al campo de batalla. Con el título de Kaloomte’, rango supremo, dirigió ejércitos y aseguró la independencia de su ciudad-estado.  Durante la colonización, Isabel Moctezuma (Tecuichpo Ixcaxóchitl) mantuvo vivo el linaje del poder mexica. Hija de Moctezuma II, fue reconocida por la Corona española como heredera legítima, símbolo de la continuidad de la antigua realeza indígena dentro del nuevo orden virreinal. 

Ya en la modernidad, Griselda Álvarez, primera gobernadora de México, recuperó ese sentido maternal y moral del liderazgo. En Colima fue vista como “madre política” del pueblo, protectora y maestra. Recientemente, Beatriz Paredes Rangel, primera Gobernadora de Tlaxcala y líder nacional partidista, política de verbo firme y formación intelectual, ha encarnado la palabra equilibrada y ceremonial del poder. 

Estas cinco mujeres, por citar algunas, anticipan la figura que hoy se proyecta en la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, la primera mujer en ocupar la jefatura del Estado mexicano. Su trayectoria científica y política expresa una nueva versión del Tlatoani: la del saber racional como fuente de legitimidad. En Sheinbaum, el poder no se presenta como mandato divino ni como fuerza militar, sino como inteligencia organizadora, como razón metódica puesta al servicio del bien común. Su estilo de gobernar —sereno, sistemático, apegado a la planeación y al orden técnico— responde a la vieja aspiración mexicana de un poder que combine autoridad moral con estabilidad.

Pero lo más significativo es su modo de hablar: pausado, sin exceso retórico, con un tono que inspira confianza y previsibilidad. Esa forma de “tener la palabra” —precisamente lo que define al Tlatoani— se convierte en su principal instrumento de poder. Sheinbaum no grita ni impone: su autoridad se manifiesta en la coherencia entre palabra y acción. Como los antiguos gobernantes sagrados, ejerce el poder a través del equilibrio y la mesura.

La Gran Tlatoani de nuestro tiempo no surge del linaje ni del mito guerrero, sino de la ciencia, la ética y la educación. Sin embargo, su liderazgo se inscribe en la misma tradición espiritual que alguna vez unió a los pueblos mesoamericanos: la necesidad de una figura que hable por todos, que dé sentido al esfuerzo colectivo y mantenga el orden en medio del caos. 

En ese sentido, Claudia Sheinbaum, a un año de iniciar su gobierno y con una aprobación popular del 73 %, no sólo inaugura una etapa política inédita, sino que también reencarna una memoria profunda: la del poder entendido como palabra sagrada, como equilibrio y destino compartido.

México, pueblo de historia milenaria, ha buscado siempre a su Tlatoani. Hoy, en la voz firme y racional de una mujer, parece haberlo encontrado de nuevo.

Sígueme en X: @G_Rosillo